A-Dios ayer
Ya falta menos. Pensaba acostarme pero la casa está quieta y el silencio me mueve a escribir.
Si me permiten, voy a dedicarme este post. Tengo ganas de hablar conmigo.
Vení, sentate a upa que quiero decirte cosas.
Mirame.
Tenés las manitos frías, estás temblando. ¿Te asusta la vida? Sí asusta, ¿verdad? Es duro ser chiquita, una no sabe que hacer cuando las cosas se vuelven difíciles. Te ponés a pensar si la culpa no será tuya... y te olvidás de reírte, te olvidás de jugar, te olvidás de inventarte historias de príncipes y sapos. ¿No?
Sé que a veces te dan ganas de escaparte. Sé que el otro día guardaste tu ropita en el portafolios del colegio, y quisiste apagar la luz a modo de despedida, pero no llegabas al interruptor. Ni siquiera saltando. Y eso te hizo comprender que entonces no llegarías a ninguna parte. Y te quedaste.
A veces te preguntás porqué mamá parece sorda. Porqué papá nunca está en casa. Porqué nadie te presta atención. Porqué no te hacen mimos, porqué nadie te lanza por el aire hasta hacerte reir a carcajadas, porqué no te leen cuentos, ni te creen cuando decís que ves enanitos. O que sabías que el Tata se íba a morir, y con ese sentimiento de nunca jamás lo despediste aquel verano. Ibas en el auto y te diste vuelta para mirarlo por última vez. Cuánto lo querías. Porque regaba las petunias que vos habías sembrado en la lata de dulce de batata. Y cuando volviste de aquellas vacaciones, y él ya no estaba, llovía. Entonces pensaste que era él, que desde el cielo seguía regando. Y tus flores estaban hermosas. Pero a nadie... a nadie se lo dijiste. Ya intuías que para qué.
Ya empezabas a callar.
Ya resignabas palabras.
Y sueños. Y deseos. Y hasta te daba miedo reirte, porque mamá decía quien sábado ríe, domingo llora. Y te rompías la cabeza tratando de entender para qué reir si después vendría el llanto.
Mejor no reir.
Mejor no llorar.
Mejor seguir pasando desapercibida.
Y después se fueron Mamina y Amalia. Y con ellas los únicos recuerdos tibios. El mate con cascarita de naranja y azúcar quemada. Las tortitas negras y el fuentón con agua para bañar a las muñecas. Las tardes en el parque Pereyra y los nidos robados para empollar sobre el calor de la heladera a gas. Y la fiesta cuando nacían los pichones, y tu calandria consentida, y hasta la oveja en la terraza.
Ellas fueron tus hadas regordetas.
Y después... después hubo otros que también se fueron. Tu hermanito, tu papá, tus tíos, tu primo, tu amiga.
Vaya, linda colección de fantasmas. Como para que no tiembles, como para que aún hoy, nena, te duela hasta lo indecible cualquier ausencia. Toda ausencia.
Cualquier signo de ya no hay, ya no está va a parar allí: al agujero del alma por donde escapan lágrimas que nadie ve. Porque si no es la muerte será el desamor, que también es una forma de morir en el otro. Y en vos también. Hay cosas que no tienen arreglo.
Yo te quiero. Y tengo una profunda compasión por todos tus errores. No me sueltes, no te alejes de mí. Dejá que de vez en cuando te acune y te cante una nana. Todavía hay mucho que sanar.
Ahora secate los mocos, y andá a soñar con pinceles y colores.
Y el 31 te prometo... pero te prometo... que vamos a estar juntas. Por todo lo que dijimos sin pensar, y por todo lo que pensamos, sin decir.
Feliz Año Nuevo, mi nena.
Si me permiten, voy a dedicarme este post. Tengo ganas de hablar conmigo.
Vení, sentate a upa que quiero decirte cosas.
Mirame.
Tenés las manitos frías, estás temblando. ¿Te asusta la vida? Sí asusta, ¿verdad? Es duro ser chiquita, una no sabe que hacer cuando las cosas se vuelven difíciles. Te ponés a pensar si la culpa no será tuya... y te olvidás de reírte, te olvidás de jugar, te olvidás de inventarte historias de príncipes y sapos. ¿No?
Sé que a veces te dan ganas de escaparte. Sé que el otro día guardaste tu ropita en el portafolios del colegio, y quisiste apagar la luz a modo de despedida, pero no llegabas al interruptor. Ni siquiera saltando. Y eso te hizo comprender que entonces no llegarías a ninguna parte. Y te quedaste.
A veces te preguntás porqué mamá parece sorda. Porqué papá nunca está en casa. Porqué nadie te presta atención. Porqué no te hacen mimos, porqué nadie te lanza por el aire hasta hacerte reir a carcajadas, porqué no te leen cuentos, ni te creen cuando decís que ves enanitos. O que sabías que el Tata se íba a morir, y con ese sentimiento de nunca jamás lo despediste aquel verano. Ibas en el auto y te diste vuelta para mirarlo por última vez. Cuánto lo querías. Porque regaba las petunias que vos habías sembrado en la lata de dulce de batata. Y cuando volviste de aquellas vacaciones, y él ya no estaba, llovía. Entonces pensaste que era él, que desde el cielo seguía regando. Y tus flores estaban hermosas. Pero a nadie... a nadie se lo dijiste. Ya intuías que para qué.
Ya empezabas a callar.
Ya resignabas palabras.
Y sueños. Y deseos. Y hasta te daba miedo reirte, porque mamá decía quien sábado ríe, domingo llora. Y te rompías la cabeza tratando de entender para qué reir si después vendría el llanto.
Mejor no reir.
Mejor no llorar.
Mejor seguir pasando desapercibida.
Y después se fueron Mamina y Amalia. Y con ellas los únicos recuerdos tibios. El mate con cascarita de naranja y azúcar quemada. Las tortitas negras y el fuentón con agua para bañar a las muñecas. Las tardes en el parque Pereyra y los nidos robados para empollar sobre el calor de la heladera a gas. Y la fiesta cuando nacían los pichones, y tu calandria consentida, y hasta la oveja en la terraza.
Ellas fueron tus hadas regordetas.
Y después... después hubo otros que también se fueron. Tu hermanito, tu papá, tus tíos, tu primo, tu amiga.
Vaya, linda colección de fantasmas. Como para que no tiembles, como para que aún hoy, nena, te duela hasta lo indecible cualquier ausencia. Toda ausencia.
Cualquier signo de ya no hay, ya no está va a parar allí: al agujero del alma por donde escapan lágrimas que nadie ve. Porque si no es la muerte será el desamor, que también es una forma de morir en el otro. Y en vos también. Hay cosas que no tienen arreglo.
Yo te quiero. Y tengo una profunda compasión por todos tus errores. No me sueltes, no te alejes de mí. Dejá que de vez en cuando te acune y te cante una nana. Todavía hay mucho que sanar.
Ahora secate los mocos, y andá a soñar con pinceles y colores.
Y el 31 te prometo... pero te prometo... que vamos a estar juntas. Por todo lo que dijimos sin pensar, y por todo lo que pensamos, sin decir.
Feliz Año Nuevo, mi nena.
5 comentarios
monenmerlo -
rusinho -
Abraço ... mmmm ... mate, dlces, con azucar quemada?? :m Tendré que probarlo!
Lu -
Memé -
C.(L:I:R) -
si no fuera tu amiga, sería tu paciente, y si fueras un "gurú" sería tu seguidora, y sabes porque lo digo: porque sos una descreída de todo pelotudo que se la crea.
feliz año nuevo, MUJER!!